lunes, 30 de septiembre de 2013

Reflexión

Cada cierto tiempo, los medios de comunicación se hacen eco de una noticia relacionada con crímenes y la explotan al máximo. Llenan espacios en los telediarios y en los programas matutinos, cuentan y recuentan. Sucedió con el caso Bretón y con Marta del Castillo. Esta semana ha vuelto a ocurrir con el de Asunta.

Veo necesario, hasta cierto punto, contar algunos detalles sobre el caso. Pero hay hechos que se desvían del valor informativo y se transforman en puro y duro amarillismo. ¿Qué valor informativo tiene el detalle de que hoy era el cumpleaños de la niña? ¿Por qué se juega con las víctimas de esa manera? ¿Por qué los medios adoptan esa posición?


Otra de las cosas que me llama especialmente la atención en este tipo de casos es la identidad de la víctima. Les falta tiempo a los medios para poner la imagen, para hurgar un poco más en la herida. Lo peor de todo es que algunos de esos medios ni siquiera mantienen en el anonimato esa identidad. Da igual que sea una niña, un niño, un hombre, una anciana. Incluso se han visto varias imágenes de la menor sin pixelar. ¿Por qué?

El periodismo, aquel trabajo que supuestamente realiza la bonita labor de dar voz a los que no la tienen, se la quitan con este tipo de actuaciones del todo reprochables hacia la profesión. Hoy en día, es muy fácil abandonar los fundamentos de este trabajo para adentrarse en un mundo en el que por mucho que quieran pintárnoslo, no debemos tener cabida. El amarillismo desprestigia no sólo a los periodistas sino lo que es peor, a las voces a las que no damos voz. Y sin ellas, no existe el periodismo.

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