lunes, 24 de noviembre de 2014

Nuestra lucha de hierros

Imagen de Gonzalo Alonso Ortiz

Israel y Palestina son dos mundos separados por una franja. La franja de la discordia, de las familias separadas, de las vidas ajadas. La franja del continuo tira y afloja cultural, de las armas como búsqueda de la libertad. Tras varias décadas, los palestinos ven un poco más cerca su reconocimiento como estado independiente. Algunos países ya han votado el futuro de Palestina. España también lo ha hecho, pronunciándose a favor. Pero ¿cuántas fronteras tenemos en nuestro país?

En primer lugar, tenemos nuestra particular franja física, la valla de Melilla. Metros de alambre se extienden por el clima desértico africano. Metros de desesperación por la búsqueda de una vida mejor. Ya son 64 los intentos de salto contabilizados en lo que llevamos de año. En ellos han participado más de 14.000 inmigrantes. Dos mil de ellos han logrado cruzar al otro lado de la valla. Y el Gobierno no hace nada. Melilla, en cierta manera, no deja de ser Gaza. Son bombas de relojería, artefactos culturales distintos que comparten lucha de hierros. 

En segundo lugar, tenemos una franja política. Este tipo de franja está en la mayoría de países, pero tal vez en España haya alguna diferencia. Nuestra valla política divide los partidos tradicionales del "nuevo". PP y PSOE a un lado de la franja y Podemos en la otra. Ambos peleándose por la "Tierra Prometida", buscando votos. Los ciudadanos fluctúan entre un lado y otro. Algunos lo tienen claro y han saltado la valla. Otros esperan entre los arbustos el momento adecuado para hacerlo. A un lado la gente divisa corrupción, hartazgo, el infierno puro. Al otro, parece hallarse el paraíso, sin tener en cuenta que los que habitan a este lado de la franja nunca han tenido el poder.

Por último, tenemos nuestra propia franja. Este tipo de valla anida en uno mismo. Tiene diferentes medidas y alturas, tantas como el imaginario dé de sí. Algunos niegan llevarla consigo, tratando de mantener cierta coherencia interna, pero todos tenemos una. Con ella buscamos silenciar aquello que no queremos oír. Buscamos elevar nuestra autoestima y hacernos creer a nosotros mismos que un problema no existe. 

Sin embargo, existen, al menos, tantas franjas como personas. Cada palestino, español, americano o asiático tiene la suya propia. Pensadlo un instante. Con cada acto ensanchamos o derribamos un pequeño alambre de nuestra valla. Con cada decisión vamos moldeando nuestra prisión ideológica. Las franjas más peligrosas son, sin ninguna duda, las que el propio ser humano se impone a sí mismo. Sin ellas, el resto de vallas se volverían endebles y sus cimientos se vendrían abajo de un solo soplido. 

martes, 7 de octubre de 2014

Nuestra particular epidemia

Cómo no, España destaca una vez más en el panorama internacional pero, como siempre, para mal. Una auxiliar de enfermería es la primera persona que se contagia de Ébola fuera de África. Pero que no cunda el pánico, Ana Mato lo tiene todo controlado. En la rueda de prensa de ayer no contestó ninguna pregunta sino que se limitó a asegurar que el protocolo de actuación no había fallado. Señora ministra, ¿usted se cree que los ciudadanos son tontos? Porque usted, Señora Mato, no puede dar una rueda de prensa con los labios cosidos. No puede decir que hay seguridad y ver imágenes de una manta tapando a un posible caso de Ébola. Nos da píldoras de información tranquilizadora para que no se expanda la preocupación entre los ciudadanos pero huye tras diez preguntas mal contestadas. Esto es España y, como no, las cosas siempre se realizan como una auténtica chapuza. Así pasa que los cimientos se derrumban como un castillo de naipes.

¿Protocolo de seguridad?

Se sabe que la mujer infectada por el virus se marchó de vacaciones un día después de la muerte de García Viejo pero casualmente Mato no sabe dónde. El seguimiento de las personas expuestas a la enfermedad se ha resquebrajado totalmente. Y los responsables guardan un silencio roto por un periodista de La Sexta que preguntó dos veces, al vacío, si iba a haber responsabilidades. A Mariano le ha salido el tiro por la culata. Se quería añadir una medallita a su inmaculado medallero, sin estrenar, siendo el primer país europeo en repatriar a un enfermo de Ébola. Pero no contó que con poner el dinero no basta. Hace falta sentido común y responsabilidad. Algo que tendrá que plantearse importar.

El box del Hospital de Alcorcón donde estuvo la enferma sigue sin haberse esterilizado

Para desgracia de todos los españoles el país está sumido en una auténtica epidemia: la ineptitud. Y contra eso la cura democrática se cierne como el mejor de los antídotos. El problema es que se expande demasiado rápido. Así que cuando lleguen las elecciones no habrá remedio. Y como es evidente ningún político se sacrificará por sus ciudadanos. No paramos de aunar éxitos desde las colas de las listas. Deberíamos hacerlo deporte nacional así seguro que Mariano conseguiría, por fin, su ansiada medallita. 

jueves, 27 de febrero de 2014

Se vende

Según la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2013 publicada por Reporteros sin Fronteras, España se sitúa en el puesto 36 de 179 naciones. Por encima, países como Ghana y Surinam. Justo por debajo del nuestro, Francia. 

No voy a intentar desentrañar los motivos por los que nos encontramos en ese puesto. Pero todo el batiburrillo de ideas inconexas me ha llevado al quid de la cuestión: el valor que se le da la información e indirectamente el valor que le damos a la vocación. Hoy he leído en "El periodismo del nuevo siglo" de Ignacio Ramonet que la información tiene tres características. Me voy a centrar en la tercera de ellas: la información es, ante todo, una mercancía. Está sometida a las leyes del mercado y no a otro tipo de leyes, como los criterios cívicos o éticos.  

Los que manejan la información buscan, más que nunca, que se venda. Y lo demás, da igual. Se comercializan desgracias, desgarrando aún más las heridas. Se hace hincapié en las fotografías de los seis fallecidos en el incendio de una casa rural en Todómar. En un principio, no importa que lo que digas sea cierto, sino que seas el primero en decir algo. 



Se comercializa con la información pero, en cierto modo, también se hace lo mismo con las vidas ajenas. El periodista debe asegurarse, cuidar las palabras, los testimonios. Y aquí es donde tiene cabida la palabra vocación. Estoy completamente segura de que un periodista con ganas de contar historias, se preocupará porque éstas sean contadas por sus protagonistas y no por la audiencia que pueda generar el morbo. Y que nadie me diga que es lo que quiere la gente porque en la mayoría de los medios de comunicación nos encontramos el mismo panorama desolador. No hay una alternativa. Tal y como están las cosas en la profesión, no entiendo quién se mete en ella sin tener vocación.

Esto me hace recordar las palabras de la presentadora de televisión española Toñi Moreno: "Si no has puesto una denuncia no lo podemos contar así. Cuando pasan cosas como estas o denuncias o se calla una para el resto de la vida" Con estas declaraciones la presentadora de "Entre todos" frivolizaba sobre los malos tratos. 



¿Alguien puede explicarme cómo se tolera que una presentadora de televisión haga unas declaraciones así? ¿Alguien puede explicarme cómo no sólo ella sino otras presentadoras como Mariló Montero siguen trabajando? No sé si escuece más o menos que esto ocurra en una televisión pública. Independientemente de eso, una persona con cabeza y sentido común, se ahorraría ese tipo de comentarios.

Hoy ha pedido perdón, cómo hizo Mariló Montero en su momento, tras una llamada de atención de los telespectadores y las quejas en las redes sociales que no del presidente de RTVE.

Los periodistas se amarran a su "título universitario" (que ya ves tú, como si te diera un plus) y muchos dan la sensación de distanciarse de la sociedad, de su gente y sus vidas. Endiosados siempre en un halo místico imaginario. Desgraciadamente, muchos periodistas se venden. El periodismo es un servicio por y para la sociedad. Si nos desviamos del mismo no habrá vocación (evidentemente aquí no me refiero a las estupendas presentadoras de la televisión pública) que salve a una profesión que se desvirtúa para ser, meramente, voz de los políticos; voz del morbo y el share. Y para que los empresarios de la comunicación se froten las manos haciendo caja. Incluso, poco a poco, ya ni eso.